Por David Pike Lizárraga y Mariana Di Mauro
¿Qué nos queda de la rebelión del 20 de diciembre de 2001?
Cuando nuestro pueblo tras un día de intensos saqueos, salió a la calle y gritó “Que se vayan todos” hasta forzar la renuncia del presidente.
Aquella noche del 19, el entonces presidente De La Rúa decretó el Estado de sitio. Tras el anuncio, comenzaron a sonar las cacerolas desde los hogares y millones salieron a las calles de todo el país.
¿Qué nos queda de ese pueblo rebelde?
Aquel que resurgió de la derrota que significó la sangrienta dictadura, para construir la nueva resistencia de los piquetes y que estalló al ruido de las cacerolas.
Frente a la movilización, el gobierno de la Alianza no tardó en desatar una feroz represión. Pero la rebelión se extendió hasta el día siguiente cuando De la Rúa escapó en helicóptero, dejando tras de sí 39 víctimas fatales.
¿Qué nos queda de esa “nueva” resistencia?
Aquella que luchó contra el neoliberalismo, el FMI y el, por entonces, bipartidismo entreguista que nos dejó en la miseria.
El clima de rebelión continuó, cinco presidentes desfilaron por la Casa Rosada. El movimiento piquetero se expandió por los barrios humildes y centenares de asambleas populares surgieron en la capital del país.
¿Qué nos queda del “Que se vayan todos”?
Aquel grito que expresó la profunda crisis de legitimidad del sistema.
La Masacre de Avellaneda con el asesinato de Maxi y Dario, el llamado a elecciones anticipadas de Duhalde y la llegada del kirchnerismo al gobierno, cerraron el ciclo de lucha.
¿Qué nos quedó?
La experiencia acumulada expresada en los movimientos sociales surgidos de los piquetes, el ejemplo histórico de lo que la rebelión es capaz y la memoria de que luchando: venceremos.