Por Leonardo Marcote
Ilustraciones Brutta
El 19 de julio de 1976 el máximo jefe del ERP, Mario Roberto Santucho “Robi” fue asesinado por el ejército en la localidad de Villa Martelli. Meses antes, cuando los militares tomaron el poder, Santucho había convocado al pueblo a la resistencia mediante el comunicado: “Argentinos ¡a las armas!”.
“Respondiendo con honor y vigor al desafío de la hora uniéndonos y organizándonos para la resistencia y la victoria, conquistaremos para nuestros hijos el nuevo mundo socialista”, decía su proclama escrita desde la clandestinidad y esperanzado en la unión de un nuevo frente junto a Montoneros.
La historia de “Robi”, así comienzan a llamarlo en su infancia, empieza a escribirse en Santiago del Estero, su ciudad natal. Entre juegos, chacareras y empanadas crecía en compañía de sus nueve hermanos.
Desde muy chico lo apasionó la lectura y a los cuatro años ya leía el Martin Fierro. No tardó en aprender a jugar al ajedrez y más tarde, se destacaría como buen basquetbolista y bailarín de folclore.
Poco a poco, se empezó a interesar en las ideas políticas de sus hermanos y comenzó a leer a Scalabrini Ortiz y a Arturo Jauretche, entre otros.
Una característica de su personalidad era la disciplina y el razonamiento.
Se inscribe en la universidad de Tucumán para cumplir una promesa que le había hecho a su padre que deseaba verlo recibido de contador público. Así ocurrió años más tarde aunque nunca ejerció sistemáticamente la profesión. Aquellos años de estudiante universitario le sirvieron para terminar de politizarse y adquirir nuevos conocimiento.
En los pasillos de la universidad conoció a Ana María Villareal. Al poco tiempo de noviazgo, se casaron y comenzaron un viaje por distintos países de América Latina.
Aquel viaje fue de gran inspiración porque pudo tomar contacto directo con la revolución cubana, presenciando un discurso de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución.
Santucho anhelaba conocer Cuba y ver de cerca la revolución. El “Che” era su guía y una de sus grandes influencias. Así lo expreso en un escrito cuando se entero de su fusilamiento en Bolivia:
“Era nuestro comandante, era el mejor. Ahora nos toca a nosotros seguir su ejemplo, recoger su fusil hasta vencer o morir por la revolución socialista en Argentina”.
Junto a su compañera y madre de sus tres hijas, comenzó a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
Entre las distintas detenciones que tuvo a los largo de su vida hubo una que lo marcaría a fuego. A fines de agosto del ‘71 es detenido y trasladado al penal de Rawson, en Chubut. Meses más tarde, Ana María corrió la misma suerte y también fue trasladada al mismo penal donde finalmente fue fusilada en agosto de 1972, en la denominada “Masacre de Trellew”.
Aquellos días en prisión fueron los últimos que compartió la pareja luego de que la fuga del penal no logró completarse en su totalidad.
Santucho junto a otros militantes pudieron escapar en un avión a Chile y, de ese modo, continuaron la lucha armada.
Las acciones no se detuvieron. Hubo éxitos y fracasos, hasta el 23 de diciembre de 1975, día que se produce el intento de copar el Batallón de Arsenales Domingo Viejobueno, en Monte Chingolo. Aquella será la peor derrota del ERP y sería la ante sala el de lo que vendría meses más tarde.
Cuando ocurre el golpe de Estado el 24 de marzo de 1976, las organizaciones revolucionarias más importantes, ERP y Montoneros, comienzan a pensar la idea de un partido de unidad que pueda hacerle frente a la dictadura.
Aquel lunes 19 de julio del ’76 eran momentos de definición para la ansiada unión de fuerzas. Santucho, junto a otrxs compañerxs tratan de planificar acciones antes de su viaje a Cuba, sin saber que estaban siendo rodeados por un comando del ejército.
Entran en combate y mueren Santucho, Benito Urteaga, militante del PRT-ERP; y el capitán Leonetti que estaba a cargo de la operación.
En el departamento también estaban Liliana Delfino, compañera de Santucho, el hijo de dos años de Urteaga y Ana María Lanzillotto, embarazada de seis meses.
Todos fueron trasladados a Campo de Mayo y ahí se pierde el rastro de Santucho, Liliana Delfino y Ana Maria Lanzilloto. Los tres continúan desaparecidxs.
Hasta el final, Santucho fue fiel a sus ideas, coherente con lo que decía y actuaba. En un contexto donde cada acción lo ponía de frente a la muerte.