Martín Fierro, Fernando Báez Sosa y Lucas González: El problema es el otro

Por Daniela Martínez

Hace 151 años se publicó el texto argentino por antonomasia: el Martin Fierro, de José Hernández. El poema narra la historia de un gaucho cantor, cristiano, padre de familia que, siendo manso y haciéndole caso al juez, es despojado de su libertad y enviado a la “frontera”, al límite de la “civilización”, a luchar con el “indio”, con el otro, con la barbarie. Luego, “viendo cómo venía la mano” y que peligraba su vida, escapa y se convierte en desertor.

Cuando regresa a su casa, luego de haber sufrido injusticias y abusos, nos cuenta que “sólo estaba la tapera”. Es así como sin más nada que perder, puesto que ya no tenía mujer, hijos, amigos ni casa, se convierte en un gaucho perseguido, un gaucho asesino, un gaucho matrero. 

El Martin Fierro es un texto de denuncia, una vista de la marginalidad.

En enero de 2021, un grupo de rugbiers de clase media se ensañó con un chico, Fernando Báez Sosa, y lo mató a trompadas a la salida de un boliche. Ese chico era visto a los ojos de sus asesinos como un otro, distinto, un negrito, inferior a ellos; en esto tuvo que ver su aspecto físico. El asesinato fue un claro ataque racista.

En 2011, aparece otro Martin, el tincho Fierro, así Oscar Fariña actualiza la historia de Hernández en El guacho Martín Fierro. Ubicado el relato en la era contemporánea, este “gaucho” es un “guacho” que vive en una villa miseria, asalta, se droga. Esta vez no va a la frontera, va a la cárcel.

En noviembre de 2021 fue asesinado por la Policía Lucas González. El joven de 17 años, que jugaba en la sexta de Barracas Central, volvía de entrenar con sus amigos cuando la policía de la Ciudad los interceptó, disparó contra el vehículo donde se encontraba Lucas, quien recibió dos disparos que acabaron con su vida. A sus amigos detenidos la policía los llamó villeros y los torturó. La condena tuvo agravante dado que el de Lucas fue catalogado como un crimen  racial.

Si contamos desde la Revolución de Mayo de 1810, Argentina tiene 213 años de vida. No obstante, desde la Revolución que le dio origen se ha suscitado en Argentina de manera ininterrumpida un discurso dicotómico sobre su identidad. Desde su seno en el siglo XIX se presentan rivalidades: los saavedristas y los marianistas; unitarios o federales. Durante el roquismo “el otro” era el indio. Peronistas y antiperonistas: los cabecitas negras y los que no lo son.

Dato: la historia y las ciencias sociales han dado pruebas que formar parte de las fuerzas de seguridad es una de las formas de ascenso social garantizado.

Todas las formas de interacción social a través de las cuales nos comunicamos son discursos. Es a través de éstos que las ideas se comunican, se multiplican. Y es a través de éste que las élites dominantes reproducen representaciones sociales que construyen un “nosotros” y un “ellos”, un gaucho, un villero, un planero… Según Teun Van Dijk el racismo es un

sistema societal complejo de dominación fundamentado étnica o racialmente que es constituido por prácticas sociales discriminatorias y por relaciones de abuso de poder por parte de grupos dominantes, de organizaciones y de instituciones dominantes”.

Escribo esto y pienso en que prendo la tele y en el mismo noticiero que me informa el último momento del caso Báez Sosa, o el caso Lucas Gonzáles, me muestran las “noticias” de robos, hurtos, peleas y mil cosas más. Festejan la “justicia” del fetichismo amarillista que denuncian, que les da de comer y que reproducen…

Lo que no me muestra la tele, la radio, los medios hegemónicos son aquellas voces que intentan explicar sin tanto amarillismo qué pasa en la sociedad; qué nos pasa; qué les pasa a esos pibes y pibas de los barrios, que por portación de cara, color o piel son juzgados de antemano como criminales cuando en realidad son tambien victimas de la inequidad, de la injusticia, del desempleo, la desesperación, de la falta de oportunidades, de educación.

De esta manera, se constituye un tipo influyente de práctica discriminatoria que es reproducida a través del discurso que ejercen las voces influyentes de la sociedad, las élites que tienen la palabra en la sociedad, que acceden al discurso público, a los medios masivos de comunicación, a las redes, dado que poseen los medios materiales para hacerlo y se perpetuan a través de ellos