Por Leonardo Marcote
Ilustraciones por Brutta
El 22 de agosto de 1972, diecinueve integrantes de las tres organizaciones armadas más importantes del país fueron fusilados luego de intentar fugarse del penal de Rawson, en Chubut, durante la dictadura militar del general Alejandro Lanusse.
“La Masacre de Trelew”, significó la antesala de lo que vendría después. El uso de las fuerzas represivas del Estado para secuestrar, asesinar y desaparecer militantes políticos y sociales.
En el penal de Rawson, estaban detenidos los principales dirigentes del PRT-ERP, FAR y Montoneros. Entre las tres organizaciones planearon una fuga que se concretó una semana antes de los fusilamientos. Dentro de la cárcel también estaba el dirigente sindical del Sindicato de Luz y Fuerza, Agustín Tosco. Quien no participo de la fuga, pese a la insistencia de los militantes.
“Les deseo suerte, pero a mí me tienen que liberar las luchas populares”, les dijo Tosco, que desde hacía un año se encontraba encarcelado en la Patagonia a disposición del Poder Ejecutivo.
“Dentro del penal teníamos que formarnos políticamente para que una vez que saliéramos, fuéramos a insértanos inmediatamente y seguir militando a la par de los otros compañeros”, comentó Alicia Sanguinetti militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
En julio, la conducción de las organizaciones había resuelto que la fuga no podía postergarse más, y confeccionaron una lista de quienes dejarían la cárcel primero en el caso de no poder concretar un escape masivo.
Roberto Quieto (Montoneros), Marcos Osatinsky (FAR), Fernando Vaca Narvaja (Montoneros), Mario Roberto Santucho (PRT-ERP), Enrique Gorriarán Merlo (PRT-ERP) y Domingo Menna (PRT-ERP), lograron fugarse mediante el secuestro de un avión que los traslado hacia Chile, donde pidieron refugio al Gobierno socialista de Salvador Allende. Finalmente Cuba los albergo.
Atrapados en el aeropuerto local quedaron los diecinueve guerrilleros pertenecientes al segundo grupo de la fuga que no llegaron a tiempo para subirse al avión. Estos fueron trasladados a la Base Aeronaval “Almirante Zar” de Trelew, la cual dependía de la armada. En la madrugada del 22 de agosto, fueron obligados a salir de sus celdas y fusilados, tres de ellos lograron sobrevivir.
“La Masacre de Trelew”, significó la antesala de lo que vendría después pero también signó un momento en donde los jóvenes que se incorporaban a la militancia, afianzaron compromisos políticos con sus organizaciones, sus ideales y sus objetivos.
María Antonia Berger (FAR), Alberto Miguel Camps (FAR) y Ricardo René Haidar (Montoneros), fueron los sobrevivientes del fusilamiento. Los tres luego fueron desaparecidos por la última dictadura militar.
Sus testimonios quedaron inmortalizados en el libro “La Patria Fusilada”, del poeta y militante desaparecido, Francisco “Paco” Urondo.
Camps: –Estábamos a cargo del capitán Sosa y del teniente Bravo. El teniente Bravo estaba a cargo de un equipo de guardia, eran cuatro guardias durante el día, pero él, que era el verdugo típico, el tipo que constantemente provoca, buscaba estar en tres. Constantemente nos sometía a sanciones, nos hacía desnudar, tirarnos al piso o ponernos desnudos contra la pared sin ningún motivo. Era el prototipo del cínico. Al lado de eso, después venía y buscaba la charla amable. Tenía frases típicas como “a éstos en vez de alimentarlos, deberíamos matarlos”, “ya van a ver que al terror guerrilla se lo combate con el terror antiguerrilla”. Era el prototipo del cancherito, del sobrador. Era característico su cinismo.
Haidar: –El capitán Sosa mostró dos caras. Una que tuvo en las negociaciones y otra a partir de que nosotros pasamos a estar en sus manos. Es un individuo prepotente y que en su momento mostró decisión de matarnos realmente. Cínico, también. Venía, se arrimaba para vernos en qué condiciones estábamos, un poco gozando con el espectáculo. Mostraba también con todas sus actitudes estar a distancias siderales de lo que sentía y pensaba y piensa el pueblo. Una mentalidad enfermiza, reaccionaria y gorila. Nos puteaba: “¡Qué van a hacer ustedes, combatientes del pueblo! Ustedes son asesinos, delincuentes”.
Berger: –Nunca nos reconocían como parte del pueblo. Tanto Sosa como Bravo siempre trataban de mostrarnos así, como los asesinos o como los delincuentes. En ese sentido, no nos respetaban. Ahora, por otro lado, sí tenían una especie de admiración porque pese a que nos gritaban nosotros teníamos el ánimo alto. Pese a todas las amenazas siempre nos reíamos, estábamos contentos y eso no podían soportarlo y no podían comprenderlo.