Por: Federico Di Pasquale
La memoria de la lucha escrita nos permite reconocernos en la tradición nacional y popular. Los cipayos antipueblo están desde el origen mismo de la patria
En momentos aciagos, con densos nubarrones que avanzan sobre siglos de sueños conquistados, nos abriga la lectura crítica y la militante labor de la escritura. Tanta información abruma. El avance brutal de las medidas se impone antes de que podamos digerir el golpe anterior. En este escenario es necesario traer elementos de los textos de aquellos que estuvieron inmersos en las disputas políticas y sociales de su tiempo; hará que nos ubiquemos en el mapa de las luchas en un lugar determinado. Frente a la incertidumbre, el engaño descarado, la manipulación mediática, podemos tener, como Teseo en el laberinto del Minotauro, nuestro hilo de Ariadna. Ese archivo escrito militante que, ante la confusión generalizada, aporta una mirada ordenadora de la experiencia política. Una especie de brújula o de faro, o al menos una luz que alumbre una manera de entender la militancia y la existencia: pensar el presente como parte de una larga historia que tiene que ver con las causas populares y con cómo los intelectuales solidarios se identificaron con ellas. Significa que nuestra lucha actual está relacionada, enraizada, en causas populares de antaño; también que nuestra forma de situarnos y entender dicha historia tiene que ver con la labor narrativa y con el poder transformador de la escritura de figuras centrales de nuestra historia política. Que nuestra lucha venga de antaño, significa también que nuestros enemigos vienen de antaño. Nuestros enemigos son los enemigos de los revolucionarios de mayo.
Raúl Scalabrini Ortiz rastrea, en su libro “Yrigoyen y Perón”, compilado de sus intervenciones periodísticas y políticas en la argentina de la década del 40 del siglo XX, ese origen en los revolucionarios de 1810; nuestro presente tiene que ver con una disputa que, al menos, tiene casi 215 años; los enemigos del pueblo son quienes pretenden el estado de sumisión al extranjero en un divorcio de la vida nacional. La oligarquía es enemiga de lo nacional: “una posición histórica de desprecio para lo autóctono y de sumisión hacia todo lo foráneo. Es una actitud que viene desde los orígenes de nuestra historia y se mantiene imperturbable hasta los días presentes”. La oligarquía intentó, desde los orígenes, frustrar la independencia nacional. Scalabrini Ortiz encuentra en Mariano Moreno, el abogado, el periodista, el primer intelectual solidario, que se pone al servicio de una causa que nació en un vínculo sustancial entre lo nacional y lo popular. Desde esta perspectiva, hechos como la Conspiración de Alzaga, no son aislados o casuales.
Si seguimos con Scalabrini Ortiz, dicho proceso tuvo continuidad desde 1853 hasta 1916, con la instauración de un orden liberal que era completamente tiránico para los sectores populares más desfavorecidos. Durante dicho período la oligarquía se repartió la tierra y concedió al extranjero el control y manejo de vías de transporte y comunicaciones. No éramos un país para nada industrializado, debido a que al capitalismo inglés así le convenía. Se generó un proceso en donde la oligarquía se abroga el derecho de la tenencia efectiva de la tierra y deja sin hogar a miles de criollos y aborígenes. Quien impuso esas normas sobre la tenencia de la tierra, en amables tertulias, lujosas y pomposas, europeizantes y blancas, fue el maestro inmortal, Sarmiento. Esto generó el monopolio de minorías con grandes extensiones de tierra y mayorías con nada, siendo parias en su propia patria.
Como hoy, la oligarquía impuso un orden legal y jurídico de estructura liberal para el poderoso pero terriblemente represiva, injusta, tiránica para aquel que nunca tuvo riqueza alguna. Esa subordinación de la oligarquía al extranjero es una constante desde el origen de la patria y Scalabrini Ortiz pensaba que la discusión debía centrarse sobre una política de nacionalización de los ferrocarriles, en línea con el yrigoyenismo de FORJA.
Para Scalabrini Ortiz, la muchedumbre de la revolución de mayo de 1810, es la misma que recibió jovial a Yrigoyen en 1916; la que despidió al mismo en su multitudinario funeral; pero también la que el 17 de octubre de 1945 se movilizó pidiendo por la libertad de Juan Domingo Perón. Luego de Yrigoyen, el capitalismo oligárquico local había vuelto a expoliar la patria. Había cedido al extranjero el manejo de la moneda, el crédito; monopolizó el transporte, las concesiones eléctricas, en manos extranjeras; multiplicando deuda pública en favor de oligarcas con deudas, igual que hoy con Milei; igual que en el macrismo, igual que siempre.
Las palabras de Scalabrini Ortiz para el 17 de octubre son de una belleza poética destacable: “El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina” . Scalabrini Ortiz descubre allí en lo plebeyo, en esa masa heteróclita, en esa mezcla de trazos nórdicos, indios, trigueños, estaba “el subsuelo de la patria sublevado”. Un sustrato, una identidad heteróclita y plebeya, contaminada, impura, terrestre, demasiado terrestre. Una quintaesencia de lo nacional y popular se manifestó ese 17 de octubre.
Esa esencia de nuestro pueblo es rudimentaria, indígena, gaucha, criolla, y tiene una visión del mundo que se opone a la forma en que los poderosos miran el mundo. Una visión del mundo que no tiene más lazos ni tradiciones que las creencias y los sentimientos ante lo nacional. Esas emociones, para Scalabrini Ortiz, verifican una identidad histórica, que no tiene nada que ver con un razonamiento. Según él y como dijimos: “aquellas muchedumbres que salvaron a Perón (…), eran las mismas (…) que asistieron (…) al entierro de Hipólito Yrigoyen, las mismas que lo acogieron (en) 1916 (…). Son las mismas multitudes argentinas armadas de un poderoso instinto de orientación política e histórica que desde 1810 obran inspiradas por los más nobles ideales cuando confían en el conductor que los guía”. Hay una línea histórica que tiene que ver con la lucha por la grandeza nacional contra la oligarquía y es un camino más cierto que la mera incertidumbre y la confusión buscada por el poder oligárquico.