Campesino no se nace, se hace. Reflexiones en torno al Día Internacional de las Luchas Campesinas

Escribe: Federico Di Pasquale | Ilustra: Lita Ce

El 17 de abril se conmemora el Día Internacional de las Luchas Campesinas para recordar la masacre de Eldorado do Carajás en 1996, cuando el Estado de Brasil, en complicidad con los intereses del agronegocio, asesinó a 19 campesinos que defendían su derecho a la tierra. Las organizaciones campesinas luchan contra la continua criminalización, opresión y represión de campesinos, trabajadores del campo, mujeres rurales, migrantes y comunidades negras e indígenas.

El campesinado aparece en un intento, que ganó masividad y reconocimiento sobre todo de los sectores medios y los sectores populares urbanos, de reconstruirse como clase social desde la autonomía, con consignas globales como la Soberanía Alimentaria, bandera del campesinado mundial. Micropolítica del territorio y macropolítica para actuar en la coyuntura. Los campesinos sin tierra están volviendo a dotar de sentido el concepto de clase social, y lo territorial se piensa en relación con una visión comprensiva, totalizadora e histórica, no determinista.

La Vía Campesina es una opción programática en este sentido de constituirse como clase. Salir de la fragmentación histórica pero conservar la autonomía. Dentro de este horizonte encontramos movimientos sociales transclasistas que podemos encuadrar por ser, cada cual a su modo, críticos del sistema capitalista. La resistencia al orden patriarcal, al ecocidio producto de la industrialización y la urbanización, a la desaparición del mundo campesino, a la opresión sobre los pueblos originarios, entre otras causas. Conforman actores globales e históricos como lo fueron las coaliciones antiimperialistas, los frentes populares antifascistas, las internacionales feministas, el pacifismo, el ambientalismo y convergencias más recientes como “La vía campesina” ya nombrada o el “Foro Social Mundial”. 

Tengamos en cuenta a los pequeños productores rurales, los movimientos campesinos, agrícolas, sabiendo de las dificultades que han tenido quienes intentaron darles el enfoque de clase. La burguesía y el proletariado, como dos caras opuestas en la relación dialéctica, se podían deducir de una matriz económica simple, mientras que los campesinos se sustentan en una base compleja y mudable, plástica y cambiable, siendo esta permanente adaptación su característica más permanente porque la diversidad les resulta estructuralmente consustancial. Al contrario de la tradición dogmática de la izquierda que hacía del proletariado un sujeto privilegiado, para nosotros la unidad clasista del campesinado no es nunca algo dado, sino el resultado siempre provisorio de un proceso de unidad en la diversidad. 

Para el marxismo ortodoxo y las viejas izquierdas comunistas, el proletariado y la burguesía como clases son centrales, mientras que los campesinos se ubican en los márgenes. Nunca han sido vistos como predestinados a emancipar la humanidad sino más bien como anacrónicos y prescindibles. Proletariado y burguesía son clases canónicas de la modernidad europea, mientras que el campesinado aparece como premoderno. Sin embargo, fueron centrales en acontecimientos como el de la revolución china y cubana, y no hubo revoluciones en ninguno de los países más industrializados. 

Del proletariado se arguye que es una clase progresista que mira al porvenir y abomina del pasado –concepción moderna y racionalista-, mientras que los campesinos son vistos como conservadores, pues añoran el pasado. Esta concepción estaba presente en el mismo Marx, lo que provocó que la izquierda creyera que había sujetos no históricos, refiriéndose a los campesinos y pueblos originarios, que jamás podrían protagonizar revoluciones o cambios sociales. Para las izquierdas dogmáticas son los proletarios quienes avanzan en pos de una utopía racional mientras que los campesinos y los originarios son míticos, sujetos a los que no les ha llegado aún la modernidad o que a lo sumo habrá que proletarizar. 

Si queremos pensar a los campesinos como clase ello no será mera constatación de prospectiva científica, sino una arriesgada y comprometedora “apuesta política” que peina la historia a contrapelo frente a la historia de los vencedores. Escribe Benjamin: “si la historia no se reduce a la historia del grupo de los vencedores, y si el pasado no es sólo la reinvención de la tradición, y de los hechos orquestada por estos dominadores que han ganado, entonces la tarea del historiador crítico consiste también en reivindicar y rescatar a todos esos pasados vecinos que, a pesar de haber sido derrotados, continúan vivos y actuales, determinando una parte muy importante de la historia”. 

Permiten construir el campesinado como clase los ejes de la reforma agraria y la soberanía alimentaria, que sintetizan los intereses inmediatos de la clase campesina mundial, con una plataforma programática integral que representa el conjunto de los intereses de los pequeños productores rurales. Ello no significa permanencia y estabilidad puesto que la experiencia demuestra que, del mismo modo como un protagonista social se articula, también se desarticula. Y es que las clases son subjetividades en curso siempre en construcción.

Ser campesino en sentido clasista no se debe a una fatalidad económica entonces, sino a una elección política común. Parafraseando a De Beauvoir podemos decir que los campesinos no nacen campesinos, se hacen: se inventan a sí mismos como actores colectivos en el curso de su hacer, en los movimientos sociales que los convocan. Así, nos encontramos con organizaciones latinoamericanas representativas del campesinado como clase, siendo central el brasileño Movimiento de los Sin Tierra (MST), compuesto principalmente por marginados urbanos y rurales que quieren ser campesinos y han decidido luchar por ello y en nuestro país la Unión de trabajadores de la Tierra (UTT), entre decenas de organizaciones y ramas rurales de organizaciones urbanas, desde el Movimiento Evita, la CCC, Nuestramérica, entre otras, que tienen su rama campesina. “La vuelta al campo” es la consigna de varias agrupaciones, siendo famosa su utilización por parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI). Desde esa frase, se subraya la importancia de recuperar la actividad rural como fuente importante de empleo en un país con la extensión de tierra que posee Argentina.