Por Federico Di Pasquale / Diseño Emiliano Guerresi
Vayamos unos instantes hasta mayo de 1810. Se disuelve la Junta Central de Sevilla y el virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros queda privado de su fuente de legitimidad. Los criollos no dudan de que el antiguo poder se ha disuelto y retrovertido al pueblo. El problema es cómo fundamentar esta legitimidad: la mayor parte de los cabildantes del 22 de mayo invoca a la noción de reasunción del poder por parte de los pueblos, concepto que remite a la doctrina del pacto de sujeción de la tradición hispánica de la normativa vigente, según la cual, una vez caducada la autoridad del monarca, el poder vuelve a estar en manos de sus depositarios originales. La teoría jurídica sobre la que apoyaban estos rioplatenses ilustrados es la retroversión de la soberanía. En tal sentido, Juan José Castelli sostuvo que, faltando un poder legítimo de España, se produce la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un gobierno nuevo.
Para Moreno, en una recepción de Rousseau adaptada a la situación de mayo, el fundamento de la soberanía de los pueblos del Río de la Plata es la voluntad general. Recurre al Contrato Social y rechaza la teoría de la sujeción, porque en el Virreinato jamás existió el pacto entre el pueblo y el monarca, sino que este último se impuso por medio de la conquista violenta, manteniendo a las provincias rioplatenses como colonias de su metrópoli. El depositario real de la soberanía no es otro más que el pueblo. Los gobernantes sólo pueden ejecutar las leyes establecidas por la voluntad general y de no ser así, es porque el pueblo es esclavo o está embrutecido. Moreno, al igual que Rousseau, considera que la voluntad general es inalienable e indivisible porque es o no es, o tiende al fin que es el bien común o se trata de otra cosa.
El término “revolución” no se usa como concepto político moderno en el Río de la Plata hasta el siglo XIX, cuando se convierte en uno de los pilares fundamentales sobre los cuales se sostiene el discurso político revolucionario. Durante dicho proceso, la palabra adquiere un nuevo sentido y una mayor densidad conceptual. Mariano Moreno aporta a esta densidad mediante sus reflexiones. Sus escritos políticos ofrecen un concepto de revolución moderno, como un movimiento violento tendiente a lograr la transformación absoluta de las estructuras coloniales, capaz de devolver sus derechos políticos a los habitantes de las provincias del Virreinato, fundando un nuevo comienzo desde la nada, instaurando un republicanismo inspirado en el legislador sabio rousseauniano adaptado al contexto del Río de la Plata, en la elección de una minoría ilustrada de virtuosos que constituye el círculo de los mejores pero que, según la interpretación que del ginebrino realizará Robespierre, puede tener un deslizamiento hacia el autoritarismo jacobino.
A partir de las grandes revoluciones modernas del siglo XVIII, especialmente luego de la Revolución Francesa y la rápida expansión de sus principios, el concepto “revolución” adquiere para la filosofía su significado político, separándose de su sentido astronómico. En el plano político, la revolución instaura un orden nuevo, es un movimiento que produce un cambio absoluto y que rompe su lazo con el pasado. La legitimidad de la revolución no está en el pasado sino en la ruptura con él. El horizonte futuro alumbrado por la revolución nace de esa ruptura. La revolución es hija del espíritu de la Ilustración, caracterizado por el prejuicio con la tradición. La revolución francesa instala la idea de que ella misma nace de un vacío y que sus bases no se encuentran en el pasado; que no puede obtener su legitimidad ni de las costumbres, ni de una tradición destacable, ni de un Dios por fuera del mundo, sino en la libertad y la igualdad, en las cuales encuentra una justificación para la acción.
Esta veta ligada a la implantación del terror para con los enemigos de la revolución, la lucha por la libertad afinada en torno a los derechos naturales modernos, a la idea de igualdad que se hace conciencia en los pueblos, es también una veta de Moreno en el Río de la Plata. Los morenistas son jacobinos, por identificación con ellos, por compartir los fundamentos filosóficos y políticos. Para ambos, la voluntad es la encarnación del principio de la política, además que la libertad y la igualdad son el sustento de una verdadera democracia. También comparten la idea de que para construir un orden nuevo, hay que destruir el antiguo.
Los morenistas son sucesores de la interpretación de Rousseau que realiza Robespierre, siendo la política radical un medio para lograr la independencia total, lo que implica una defensa de la legitimidad de la violencia como medio revolucionario. La radicalidad de Moreno la encontramos en el artículo publicado en la Gaceta el 11 de octubre de 1810, conocido como el Manifiesto de la Junta y también en el Plan de Operaciones. En el primero, el Secretario justifica el fusilamiento de los contrarrevolucionarios de Córdoba, entre los que se encontraba Santiago de Liniers, quien gozaba de gran popularidad en Buenos Aires gracias a comandar las milicias contra las invasiones inglesas, lo cual le había dado la reputación necesaria para alcanzar el puesto de virrey. En dichos escritos se acerca al jacobinismo y plantea explícitamente un plan mediante el cual se legitiman las acciones violentas, la sangre y el terror. La labor de terror le resulta necesaria porque ninguna revolución ha triunfado sin extremar las medidas en el momento necesario. Busca cumplimentar con el plan de la independencia frente a las reformas parciales que quería llevar a cabo el moderado Saavedra y para terminar con los levantamientos contrarrevolucionarios.
Pero además, encontramos en Moreno una acción revolucionaria que tiene que ver con la pedagogía, la cual sería un complemento de las políticas de terror jacobinas. Dicha intención pedagógica está expresada claramente cuando pone el énfasis en la instrucción de los pueblos acerca de sus derechos y del rol fundante de la rousseauniana “voluntad general”. Moreno es portavoz de la voluntad de los pueblos y sus derechos. Estas medidas pedagógicas tienen también que ver con la recepción de Rousseau para Moreno y los morenistas, que encontramos en los escritos de la Gaceta referidos a la soberanía a la legítima desobediencia según el Contrato Social. Esta veta busca anoticiar a los ciudadanos sobre sus derechos, creando una voluntad general. La opinión pública es soberana y aparece como opinión política. En ediciones de la Gaceta y en el prólogo al Contrato Social de Rousseau tienen que ver con la necesidad de ilustrar a los pueblos y hacerlos conscientes sobre su soberanía, sobre el contrato social que constituye y legitima el cuerpo político, para unir y movilizar a los pueblos, hacerlos conscientes de la situación de dominación en la que se encuentran, destruyendo las bases de la condición de sumisión y creando una “voluntad general americana”, porque de la emancipación de los pueblos dependerá su emancipación.
Estamos en condiciones de sostener que el término revolución, en los discursos y escritos políticos de Moreno, tiene la riqueza semántica para dilucidar la existencia de una política doble, en términos de Noemí Goldman: por un lado, el terror para derrotar al enemigo y por el otro una educación política extensiva para todos los habitantes del Río de la Plata.