Raúl Scalabrini Ortiz o cómo defender la causa nacional

Por Federico Di Pasquale

Ilustración: Brutta

El 30 de mayo de 1959 murió en Buenos Aires el correntino más porteño, Raúl Scalabrini Ortiz, luego de enseñarnos para siempre a combatir contra el colonialismo inglés, construir y defender la causa nacional.

Se opuso a la dependencia económica buscando la naturaleza política de la deuda externa. 

Reivindicó a Mariano Moreno como pensador nacional y comprendió que Yrigoyen y Perón estaban dentro de un mismo proceso y discurso político que tendía a favorecer el bienestar de las muchedumbres.

En ese sentido, el 17 de octubre de 1945, las movilizaciones de Yrigoyen o las montoneras, obedecían a un mismo reconocimiento, al ser nacional plebeyo, que brota desde la tierra y el barro.

Al igual que Sarmiento, define a los cercanos a partir de definir al enemigo: la oligarquía vendepatria, la dueña de las tierras, de los periódicos y de los privilegios.

Antes de la aparición del peronismo, luchó por la recuperación espiritual y material de la Argentina durante la década infame y arremetió contra el imperialismo.

Tuvo una fe inquebrantable en la tarea asignada para su escritura y tomó de Mariano Moreno su vocación libertadora a través de la pluma y la palabra.

El Profeta en una tierra sin nada contó con miles de discípulos que siguieron su postulado y aún es grande su influjo.

Escribió El hombre que está solo y espera, en donde analizaba literariamente a un porteño de aquellos años 30 del siglo pasado, cuando el peronismo aún no había aparecido. 

Queremos recordar dicha obra porque somos como Adán Buenos Aires en cualquier provincia y ciudad. Nuestra “Corrientes y Esmeralda” es una esquina en cualquier lugar del país. 

Nosotros también meditamos y buscamos el espíritu de la tierra.

Nos vemos reflejados en esas páginas rodeados de nuestro propio medio ambiente hostil.

Nos imaginamos defendiendo nuestra idiosincrasia como Adán Buenos Aires; una idiosincrasia nacional que hoy es más bastardeada que nunca por el poder cipayo.

Nos parece también estar en medio de la sordidez pampeana, donde se hace difícil soñar un proyecto, no digo colectivo, sino incluso familiar y/o personal.

Vivimos en la incertidumbre. 

Hemos presentido la falsedad de lo aprendido, de lo enseñado por cierta prensa al servicio del poder.

Hemos comprendido que es mentira la libertad si hay dominio extranjero y si el pueblo no puede ser feliz. 

Que la democracia y la Constitución son mentiras si sólo sirven para que una minoría administre los negocios foráneos. 

Como Adán Buenos Aires nos han vuelto espectadores desde nuestra propia “Corrientes y Esmeralda” virtual, pero no protagonistas de la política Argentina.

Queremos participar pero no sabemos cómo, ni dónde, aunque hay tradiciones y banderas.

También nos sentimos frustrados, utilizados y defraudados por los hombres y mujeres en quienes creíamos, a excepción de una minoría que aún guía los pasos.

Frente a ello, corremos el riesgo de volvernos sobre nosotros mismos en ciudades atiborradas de gente, ensimismados.

Adán Buenos Aires tiene esperanzas, pero no sabe qué camino tomar. 

Como nosotros, está solo y espera. Tiene un sentimiento de nacionalidad pero observa quieto. No sabe adónde ir.

A diferencia de Adán Buenos Aires nosotros no podemos esperar, no tenemos tiempo y tenemos la tradición justicialista, entre otras tradiciones políticas y de lucha.

Esa clase media que descubre un espíritu nacional en los años 30, hoy es arrojada a la exclusión y la indigencia.

Estar terriblemente solos hará que con facilidad nos aplasten como a un insecto.

Como todos los valores nacen desde abajo, terminaremos ganando y llegando a imponerlos a las clases altas. Siempre fue así.

El paso del tiempo nos hace que podamos ver con mayor claridad lo que Adán Buenos Aires entrevió. 

Él era un hombre de clase media, ganado por un sentimiento de nacionalidad que aún no sabía cómo canalizar ni cómo interpretar.

Sin embargo, era el subsuelo de la patria el que le hablaba sublevado.

Era el fondo de la historia.

Eran los del fondo del barro. 

La auténtica Argentina plebeya creadora de los valores sociales.

La creadora de la nacionalidad.

Creadora del derecho, el lenguaje, la religión y la música.

Todas creaciones de abajo para arriba.

Hoy volvamos a sentirnos auténticos argentinos que venimos luchando desde el fondo de la historia.

Hay una continuidad con los orilleros de la semana de mayo, con Mariano Moreno, con los gauchos de la restauración, con los cabecitas negras.

Sobrevivimos nuestro paso triunfal más allá de Caseros.

Hemos sobrevivido al “no ahorrar sangre de gauchos”.

Somos la identidad brotando del suelo regado de roja sangre y fresca.

Somos los sobrevivientes del bombardeo a la plaza y la proscripción.

Los sobrevivientes del infierno de la dictadura.

Los sobrevivientes de la represión del 2001.

Seremos los sobrevivientes a la era Milei.

Hagamos efectiva la intuición de Adán Buenos Aires pero no nos quedemos solos ni esperando.

En este siglo 21 y con la presidencia del león carroñero, el que espera desaparece y muere de hambre.

Levantemos en vuelo de águila al espíritu y los leones esquivarán la lucha. 

Que nuestra ciudad hostil sea un campo fértil donde nos sublevemos desde abajo. 

Que resuene en nuestro corazón la certeza de que algún criollo o criolla del pueblo pisará esta tierra en la marcha ascendente de los de abajo hace un tiempo de ventura y ayudemos a construir ese camino.

Hay, con Adán Buenos Aires, una diferencia de época porque nos separan 90 años de historia Argentina.

No podemos estar solos ni esperar.

No podemos tampoco caer en el escepticismo.

Adán Buenos Aires temía mostrar su corazón pero nosotros no.

Una fe profunda en ese camino ascendente de los de abajo abriga nuestro corazón y habita nuestro pecho.

Una pasión terca y que parece negar la realidad en la búsqueda de un abrigo.

Sabemos que todas las gestas nacieron desde abajo.

Soñamos con Jesús iniciando su prédica con 12 pescadores del lago Tiberíades mientras ignora a los doctos de Jerusalén porque, como decía Martín Fierro: “el fuego pa calentar/ debe siempre ir por debajo”.