Escribe Federico Di Pasquale
“No es necesario conquistar el mundo. Para nosotros es suficiente con convertirlo en un lugar nuevo” (Primera Declaración de la Realidad, La Jornada, 30 de junio de 1996).
En un mundo en donde el marxismo era arrojado al museo de los grandes relatos; en donde imperaba la tesis de Fukuyama sobre “el Fin de la Historia” y tras el desplome estruendoso de los llamados “Socialismos Reales”, emergen los rebeldes en Chiapas en un contexto de “crisis de los relatos” (Lyotard, 1987, p. 4), en donde fueron puestos en cuestión conceptos como clase, sujeto y movimiento. El marxismo, junto con el psicoanálisis freudiano y el cristianismo fueron perdiendo terreno y legitimidad como narrativa o explicación totalizadora, pero no sólo para sus antagonistas capitalistas sino también para los que luchaban contra dicho sistema.
Cuando se erige la globalización como discurso único, el capitalismo imperante, ya sin la dialéctica de los bloques de la Guerra Fría, se extiende a nivel global. Las resistencias anticapitalistas fueron emergiendo, sin la posibilidad de pensarse como clases sociales, por lo que se explicaban desde lo local, sin posible totalización. En consecuencia, las grandes narrativas del cambio social y los protagonismos históricos de ciertos sujetos de manera providencialista habían mostrado sus límites y había naufragado la idea de la transición global del capitalismo al socialismo. El proletariado ya no era la clase determinada a realizar la esencia humana y la determinación de la base económica había quedado obsoleta. Sin embargo, la lucha por la construcción de una nueva sociedad continuaba tras el cambio de época contra el neoliberalismo imperante luego de la Guerra Fría.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hace su irrupción el 1º de enero de 1994 como un alzamiento indígena en el Estado de Chiapas -el mismo día que México ingresaría, supuestamente, al primer mundo, al firmar el Tratado de Libre Comercio (TLC)-. Se diferencia de las organizaciones de izquierda clásica en que no está conformado exclusivamente por una vanguardia urbana universitaria con formación marxista-leninista exclusivamente; sino que cuenta con una presencia mayoritaria campesino-indígena. Al encontrarse con dichas comunidades, el EZLN combina las herramientas de interpretación del marxismo “con cierta libertad y mezclándolas en forma creativa con otras referencias” (Baschet, 2018, p. 113).
Un proceso de contagio producido entre las cosmologías urbano-occidentales y las de origen maya mesoamericano, que avanza en la medida en que el grupo original se transforma en miembro de una comunidad alzada en armas, parte de una identidad colectiva como simbolizan los famosos pasamontañas con que cubren sus rostros y no más una vanguardia de revolucionarios profesionales, que conocen los manuales y pueden conducir los procesos.
Siendo inicialmente un movimiento marxista leninista, mezclaron esa herencia con las reivindicaciones y propuestas de los pueblos indígenas de México, lo que generó un proceso de otro tipo de construcción y organización militante para nuestro continente. Cuando imperaba el discurso hegemónico del Nuevo Orden Mundial, del fin del trabajo, las ideologías y la historia; cuando primaba el modo de producción capitalista, aparece el zapatismo como inicio de la resistencia popular anti-neoliberal, inaugurando un “nuevo ciclo de luchas” (Pacheco, 2018) que se extiende hasta el presente.
El zapatismo comenzó como una revolución armada y optó a los pocos días por construir un modelo de sociedad “no simétrico”. Entendió que las tradiciones revolucionarias del siglo XX fueron un espejo de la lógica del capitalismo; y concepciones como “toma del poder” o “doble poder” y la manera de construcción de las organizaciones político-militares dieron cuenta de ello.
La izquierda ha reflejado la lógica capitalista cuando los socialismos reales culminaron anulando el “poder-hacer” (Pacheco, 2018) en el Estado o en algo superior. Por eso, a la “toma del poder” los zapatistas le opusieron la construcción de un “mundo nuevo”. Para construirlo, los zapatistas dejaron de lado el lenguaje bélico de los movimientos revolucionarios y sus estructuras jerárquicas e inventaron su propia forma de organización y maneras de decir.
Bajo su influjo miles de militantes no creyeron en el partido político ni en los profesionales revolucionarios, sino en una transformación de la sociedad sin mediaciones, a través de un proceso creativo gestado en el propio curso de la experiencia, que buscaba respuesta a los problemas concretos y que descree de las revoluciones hechas “desde arriba”.
John Holloway fue el filósofo que descubrió en el zapatismo mexicano -como en los piqueteros argentinos y en la guerra por el gas de Bolivia- un rasgo compartido vinculado a una modificación en la concepción del poder; donde éste no se localiza en el Estado y en su “poder-sobre” (Pacheco, 2018) como aquello que domina, sino en el “poder-hacer”. Por ello, las nuevas rebeldías se organizan por fuera de las concepciones socialistas clásicas, las cuales no los representan. En este cambio de paradigma, las características de las luchas en el continente ofician como un quiebre respecto de la política misma de centralidad estatal de las viejas izquierdas.
Se trataba de un cambio de época que exigía otras maneras de organizarse menos verticales y tomando los asuntos en las propias manos. Las dimensiones fundamentales para abordar a los movimientos sociales que surgieron contra el neoliberalismo en los años 90 son la territorialidad, la acción directa, las formas de democracia directa y la demanda de autonomía (Svampa, 2014).
El zapatismo ofrece la primera experiencia de construcción de poder popular anticapitalista de nuestro continente cuya difusión se volvió el objetivo de las organizaciones sociales con el cambio de época. Esa creatividad busca encontrar respuesta a los problemas concretos desde abajo, reivindicaciones urgentes y derechos vulnerados: “Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, justicia y paz” (Comité Clandestino Revolucionario Indígena – Comandancia General del EZLN, 1996).