“La “inquietud revolucionaria” yo la definiría como un desasosiego colectivo que no se atreve a manifestar sus deseos, todos se sienten alterados, enardecidos, los periódicos fomentan la tormenta y la policía les ayuda deteniendo a inocentes, que por los sufrimientos padecidos se convierten en revolucionarios…” – Roberto Arlt
Por Federico Di Pasquale
El invierno no cumplía ni un mes, aquella siesta cuando los militares estacionaron en la puerta del edificio en Villa Martelli, Buenos Aires. Obligaron al portero a que los lleve hasta donde se encontraba viviendo Santucho, que era el 4 “B”, que ese día tenía previsto salir del país. Cuando golpean la puerta y la abren, se produce un tiroteo y nuestro revolucionario pasa a la inmortalidad en ese cielo secular en donde viven todos los Cristos ateos de carne y hueso que murieron peleando contra la injusticia. Pero, también viajó hacia la luz quien encabezaba el grupo de tareas, Leonetti, que por supuesto, no fue al mismo cielo que nuestro Roby, sino al del odio popular, al estercolero de los cipayos y los represores. Urteaga, que estaba con Santucho, también es asesinado. Liliana Delfino, compañera de Roby, es capturada, al igual que la compañera de Menna, Ana Lanzilotto, embarazada de 6 meses. Ambas desaparecidas desde entonces. La dirigencia del PTR-ERP había sido diezmada en pocas horas. Aquel 19 de julio de 1976 asesinan de varios disparos, en el pómulo, en el cuello, en el resto del cuerpo, al Comandante Carlos Ramírez, Enrique Orozco o Miguel, nombres de guerra de Roby, el “Negro”, como le dicen los allegados a Roberto Mario Santucho, cuyo cuerpo desaparece el Ejército, pero su influencia sigue siendo enorme para los militantes populares hasta el punto que se vuelve algo parecido a un santo pagano, hasta llamarlo San Tucho.
Había nacido en 1936 en Santiago del Estero. Se recibe de contador en la Universidad Nacional de Tucumán. Milita en el FRIP entre 1960 y 1965. Luego, funda el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) en 1965, del cual fue secretario general en dos períodos: 1965-1971 y 1972-1976. A la vez, fue comandante del ERP desde 1970 hasta su asesinato. En 1972 protagoniza la fuga del penal de Rawson hacia Chile, cárcel de máxima seguridad, junto a dirigentes Montoneros y de las FAR. Se forma como guerrillero en Cuba, se entrevista con Fidel Castro y conoce las luchas de Europa. Es un cuadro de conducción, un guerrillero consecuente. Implementa una política extrema por el contexto dictatorial en el que se vive durante la “Revolución Argentina” a partir del golpe de Estado de Onganía a Illia en 1966. La violencia era sistemática por parte del Estado junto con las patronales; reprimen y asesinan a trabajadores y estudiantes; fusilan detenidos por diferencias políticas, hay presos políticos, lo peor de la derecha salvaje. Santucho fue uno de los primeros en hablar de un “partido militar”, término que hoy se usa para hablar de los intereses de la vicepresidenta y que es utilizado por Grabois y diversos referentes populares.
Hoy, podemos recordarlo como el guevarista más importante después del propio Che Guevara. Comparten un ideario que se centra en el marxismo-leninismo, también Mao y un indigenismo que latinoamericaniza la teoría. Su perspectiva no coincide con la resistencia peronista porque para Santucho la burguesía es el problema, sea nacional o no. Su perspectiva no es de tercera posición o nacionalista, sino anticapitalista y socialista. No concuerda con la idea de la creación de frentes amplios (tipo FREJULI) porque con los empresarios no se puede tener contemplaciones. La idea guevarista del foco guerrillero es urbanizada y comienza a realizar acciones diversas como robo de bancos, toma de comisarías y cuarteles, ajusticiamiento de militares adictos a la dictadura, sabotajes. Hoy nos resulta extraño, pero hace apenas 50 años eran noticias cotidianas los atentados, las represalias, las bombas, los ajusticiamientos, los secuestros, etc. Las organizaciones tenían también sus espacios en los medios para plantear su posición y anunciar medidas o para atribuirse alguna acción. Era un contexto inimaginable para nosotros hoy, que fuimos niños durante la dictadura o la democracia; ni hablar para los nacidos ya en los 90 o después del 2000. Pero, todo puede volver.
Cuando hacia el final de su vida se plantea reunirse con Montoneros, resignificando a la izquierda peronista, es ultimado por la represión y la unificación o colaboración entre organizaciones político-guerrilleras no se concreta nunca. La opinión pública y los medios cipayos ya deslegitiman a las acciones guerrilleras para justificar la violencia estatal. Recordemos que la última dictadura, la del 24 de marzo de 1976, es la que termina con la vida de Roby, como meses antes lo había hecho con la de Haroldo Conti, entre tantos, como lo hará con Rodolfo Walsh. Esta dictadura no es solamente militar, sino que contó con gran apoyo civil. “Algo habrán hecho” solía decirse.
Las organizaciones tenían imprentas clandestinas, siendo la prensa revolucionaria algo fundamental; tenían fábricas de armas, una logística muy grande impensada para las organizaciones de la actualidad. Hoy es impensada tanta violencia cotidiana, aunque aquí hay una verdad dura que debemos conocer: al ser diezmada una generación, con el advenimiento de la democracia y la posibilidad de darle una solución política no violenta a los conflictos de clase, las organizaciones que ya estaban desmembradas, estando sus integrantes asesinados, presos, desaparecidos o exiliados, dejaron las armas, cerrando el ciclo de la lucha armada. Las generaciones que les siguieron aprendieron que la lucha armada no era el camino, que había otro contexto y formas institucionales de dirimir los conflictos. Se aprendió bien, hasta el punto de que nadie violentó a quien intentó asesinar a la ex presidenta, por ejemplo. Un cordón humano lo retuvo hasta que actuó la policía, pero nadie lo agredió. Sin embargo, podemos pensar también que la democracia es una postdictadura, pensemos en los casos de gatillo fácil, que dejó sin tocar estructuras de poder de la dictadura y que por tanto, los únicos que deponemos las armas somos los integrantes de las organizaciones libres del pueblo. Ellos siguen reprimiendo, encarcelando, haciendo uso de la violencia, intentando asesinar a Cristina. A otra escala, pero siguen.
Con el gobierno de Milei estamos viendo un recrudecimiento de los discursos de odio y una puesta en valor de los dictadores. Sufrimos allanamientos en los locales de las organizaciones; reprimen en las marchas, encarcelan y arman causas por manifestarse… Nosotros guardamos las armas pero ellos no. Con el pueblo desarmado, con organizaciones que heredan las prácticas territoriales y de construcción del poder popular que supieron enseñarnos y legarnos aquellos guerrilleros, pero sin lucha armada, no tenemos casi herramientas de defensa frente al avasallamiento violento de los mismos de siempre. No estoy proponiendo agarrar los fierros, sino sólo reflexionar sobre el hecho de que la pacificación parece ser un acuerdo que firmamos solamente las organizaciones del pueblo, que creemos en la democracia, en fortalecer las instituciones, en dirimir conflictos según el marco legal y constitucional. Ellos, sin embargo, siguen siendo inmorales, ilegales, violentos y frente a eso, no tenemos para tirarles ni con un pedazo de pan. Ni alimentos nos dejan. Los democráticos, los legales, los pacíficos, somos nosotros. Los ilegales, los violentos, los antidemocráticos, los que se cagan en las instituciones aunque digan lo contrario…son ellos.