John William Cooke o el peronismo revolucionario. Contra el maldito poder burgués

Federico Di Pasquale

Sus decisiones tienen el mismo valor que las mías. En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando.”

Juan Domingo Perón

Hoy, 19 de septiembre, se cumple otro aniversario de la muerte de John William Cooke en 1968 por culpa del cáncer, pero quizá podemos decir que lo enfermó la burguesía. La burguesía que habita en las instituciones, las empresas y la sociedad. Los extranjeros pro-imperialistas, pero también los enemigos de la clase obrera que tantas veces usan máscaras de compañeros y se sientan a tu mesa. Las rencillas y divergencias, las tendencias contradictorias de un movimiento que cada vez se mostraban más, al crecer la lucha de clases también hacia el interior de la fuerza.

John era hijo de un abogado radical de familia irlandesa que fue funcionario del Ministerio de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires durante los años 20 y de una argentina de familia uruguaya. Desde pequeño, estuvo inmerso en discusiones políticas por el rol de su padre que incluso estaba en contra de Estados Unidos y de Braden. Resulta inquietante traer al presente la figura de quien comenzó su militancia siendo radical, para luego peronizarse hasta la médula, y nos surge la pregunta sobre qué pensaría de los traidores actuales. Sobre el asado antipueblo que los diputados cipayos se comieron con Milei en la Quinta de Olivos traicionando  a los jubilados. Sin duda, conocemos la respuesta. 

Pero, a diferencia de aquella época, no estamos tan seguros de que hoy el peronismo sea un hecho maldito contra la burguesía; el de hoy no lucha ni contra molinos de viento. Más bien, gran parte de los dirigentes y figuras repetidas del peronismo son también la burguesía. Claro que no dudamos de nuestras banderas ni pertenencias. Pero todo se desdibuja cuando parece no haber proyecto de país, cuando el peronismo se encarna en los canales de streaming, que gracias a Dios nos muestran a Grabois, a la Ofe, pero también a Moreno con el peronómetro, entre otros. En estos espacios tecnológicos que habitan la calle virtual, encontramos la posible renovación y los referentes jóvenes, mientras el museo de cera de los de siempre se sigue peleando por referencias, en una calesita de resentimientos y trapitos al sol. No se preguntan el cómo, el cuándo, el con quién, el para qué. No preguntan por horizontes, por proyectos. Hoy, el peronismo no acarrea ningún pesar al país burgués; Alberto Fernández, que parece más radical que peronista, amagó con expropiar, pero quería ser amigo de Dios y del diablo; lo que es lo mismo que decir que es amigo del poder burgués. Entonces Cooke, aquel delegado del líder del peronismo, no entendería; vería que su espacio se llenó de los contrarios. 

Sin Cooke (y sin su compañera Alicia Eguren) no habría peronismo de izquierda, o hubiera sido muy distinto. Claro que radicalizarse no fue solamente una cuestión de meras decisiones individuales. Acercarse a la izquierda revolucionaria por el peronismo fue una opción porque la lucha se fue radicalizando desde la resistencia del 55 hasta entrados los años 70, por la influencia de la revolución cubana. No fueron los libros del marxismo, sino la lucha concreta antiimperialista que también tiene episodios internos en el peronismo. No todo el peronismo quería la revolución. La lucha entre la juventud y los sindicatos burocráticos fue un episodio de la lucha de clases hacia el interior del peronismo. 

Cooke fue central para pensar en la confluencia ideológica y práctica entre el peronismo y el guevarismo, corriente que tomará mucha fuerza hacia fines de los 60 y principios de los 70, hasta que la última dictadura militar diezmó a esa generación. Desde aquel entonces no existe más la izquierda dentro del peronismo. Es decir, no existe la idea de la lucha de clases. La palabra revolución queda en el pasado. Salvo para Grabois, Pérsico, los referentes ligados al precariado en acción, a los descartados, que hacen una interpretación de la economía popular como manera de explotación en esta etapa de la lucha de clases.

Por eso, es emotivo mirar las fotos de John en Cuba, con la barba y el fusil, defendiendo la revolución cuando Estados Unidos invadió la isla en 1961 y él estaba codo a codo con el Che Guevara armando la defensa. Para Cooke, y podemos verlo en cartas, Perón debía exiliarse en Cuba porque allí se cocinaba el socialismo, acercando su proyecto al de Fidel Castro, luchando por la independencia, la soberanía y la justicia social de los países del Tercer Mundo. 

Así como Perón lo consideraba su único heredero legítimo para conducir el movimiento, también fue compañero de confianza de la abanderada de los humildes. Luego del golpe del 55 fue uno de los pocos peronistas que todo el tiempo se contacta con Perón, mientras otros se acomodan al nuevo régimen.

Con el golpe del 55 y el exilio de Perón es John el estratega del movimiento. Quiere juntarse con Perón en Paraguay para recibir instrucciones, pero es detenido en la Penitenciaría de la Avenida Plaza Las Heras y junto a otros compañeros son sometidos a un simulacro de fusilamiento. Entre cárcel y cárcel llega al penal de Río Gallegos, en el sur del país, en Santa Cruz. Pero desde allí dirige a la resistencia. Perón le escribe desde Caracas reconociéndolo como el único jefe del movimiento en el país y en el extranjero. En marzo del 57 se fuga del penal junto a otros compañeros, entre los que estaba Cámpora. Se van a Chile, a Punta Arenas. La Corte chilena rechaza el pedido de extradición de Aramburu, y John y los demás son liberados. Luego, se va a Uruguay y desde allí establece una base de operaciones para trabar acuerdos con el candidato a presidente Frondizi. Cooke defiende una línea dura, revolucionaria, mientras que en el movimiento también abunda lo contrario. 

En noviembre del 58 quiere volver a la Argentina para apoyar la huelga de petroleros pero no lo logra, siendo encarcelado en el aeropuerto. En enero del 59 apoya y lidera la huelga de los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre. Siendo este período el de su mayor influencia y conducción dentro del movimiento. Las autoridades lo persiguen, pero también le hacen la contra los líderes sindicales que quieren expulsarlo del movimiento por su radicalidad y su posición extrema. Lo intentan denigrar ligándolo al comunismo, lo que para Cooke no era ningún insulto. Lo detienen, organizan su destitución, lo detienen en la huelga general. Vive en la clandestinidad y es entonces cuando con Alicia deciden exiliarse en Cuba, siendo parte integrante del proceso revolucionario de la isla. Influenciado por Cuba, estando en ella, empieza a pensar que la guerrilla puede ser un camino para resolver las contradicciones argentinas incluidas las internas del movimiento. Es el inicio de la juventud revolucionaria peronista. Sin su influencia, por ejemplo, es impensable esa primera guerrilla rural en Argentina denominada Uturuncos, peronista, en Tucumán en 1959. También, eligió contingentes de jóvenes para entrenarse en Cuba, excluyendo al PC argentino que cuestiona por entonces al foquismo guevarista. Apoyó al guevarista Masetti con la creación del Ejército Guerrillero del Pueblo en Salta. De todos modos, más allá del armado, su principal contribución es ideológica, en el plano de las ideas, en la conjunción de un peronismo atravesado por el comunismo cubano lo que da como resultado un movimiento de liberación nacional y no un movimiento filo fascista como aún hoy dicen los gorilas. 

Sabido es que Perón no termina abrazando el ideal cubano, pero esas diferencias ideológicas nunca hicieron que Cooke dudara de la capacidad del gran conductor. Volvió a Argentina en 1963 y se dedicó a seguir trabajando pero con la salud ya muy resentida.  Organiza la Acción Revolucionaria Peronista (ARP), que él fundó a mediados de los años ´60 y que cumplió un papel importante de convocatoria y apoyo a militantes que querían viajar a Cuba. Norma Arrostito, Fernando Abal Medina, entre otros, fueron parte de dicha organización y luego fundadores de Montoneros.